En su Exhortación Apostólica que concluyó el Sínodo de la Amazonia, que debía consagrar algunos sueños importantes de los progresistas de la Iglesia, el Papa produjo el frenazo más importante y espectacular de sus casi siete años del pontificado.
Negó los cambios eclesiales que él mismo había promovido a una asamblea de obispos que parecía destinada a ser un modelo del reformismo y las aperturas de su pontificado de casi siete años.
Con un gigantesco tajo virtual Francisco canceló del texto del documento final presentado por los obispos, la experiencia de conceder el sacerdocio a los diáconos casados, que son muy pocos en la inmensa Amazonia, pedido por los dos tercios de los obispos sinodales en las sesiones de octubre.
El “no” se extendió a las mujeres, negándoles ministerios que al menos las suban a los altares para ayudar en las misas, leer los Evangelios y distribuir las hostias entre los fieles. También silenció en la reactivación de la comisión para el diaconado femenino, que está en una vía muerta.
Los conservadores con razón cantan victoria. El Papa, es evidente, eludió ir adelante y chocar contra la resistencia amenazadora de los tradicionalistas, consciente que la mayoría de los 5 mil obispos del mundo estaban en contra de los curas casados aunque quedaran restringidos al ámbito amazónico.
“Es un documento de reconciliación”, celebra el cardenal Gerhard Mueller, ex importante guardián de la ortodoxia a quien el Papa no le renovó el mandato hace dos años. Mueller desde entonces es el verdadero líder de la conspiración contra el Papa. Dijo que el anuncio conciliador de Francisco con sus adversarios “servirá a evitar que se formen facciones internas y reducir la oposición manifiesta”.
El abandono de la experiencia reformista en Amazonia decepciona a los liberales, da rabia a los progresistas, enciende a las mujeres militantes católicas y, sobre todo, causa un gran alivio a los conservadores.
El activista antibergoglio norteamericano Thomas Rettier escribe desde Estados Unidos: “Deo Gratias. El Espíritu Santo ha salvado a la Iglesia”.
Muchos recuerdan que la idea del Sínodo Amazónico era del grupo en torno al cardenal brasileño Claudio Hummes, que fue obispo de San Pablo y “ministro” en el Vaticano.
Su amigo Jorge Bergoglio asumió con entusiasmo sus ideas, alentó la discusión sobre la promoción al sacerdocio de los ancianos líderes de las comunidades y su inserción en el debate del Sínodo. Francisco también autorizó que en el Instrumentum Laboris distribuido antes del Sínodo se incluyera explícitamente la cuestión.
No es razonable creer que los 169 padres sinodales votaran por dos tercios este tema, haciéndolo más pasable al exigir que los candidatos fueran ya diáconos casados, sin que el Papa estuviera al tanto y apoyara la experiencia. Nadie le escuchó ninguna perplejidad.
Jorge Bergoglio dijo a obispos amazónicos que le preguntaron sobre el tema al comienzo de su mandato que eran ellos mismos los que debían plantear la admisión excepcional de curas casados en el área amazónica para paliar la enorme carencia de sacerdotes en el inmenso espacio de 7 millones de kilómetros cuadrados donde muchos de sus 35 millones de habitantes vivían en comunidades aisladas y veían un cura a veces una vez al año, por lo que no recibían la Eucaristía.
En el sitio español “Religión Digital”, que ha sostenido al Papa argentino en sus empeños reformistas, José María Castillo intenta una justificación. “Francisco ha tomado la decisión que ha podido.
La decisión que menos daño le puede causar a la Iglesia en este momento y como están las cosas. Y esa decisión es mantener la Iglesia unida, evitando el cisma amenazante. Una Iglesia dividida es una amenaza más peligrosa que una Iglesia en la que sigue teniendo demasiada fuerza el clericalismo integrista”.
Papa Francisco./ DPA
Otro especialista, el profesor italiano Daniele Menozzi reflexiona: “En estos momentos los equilibrios eclesiales no consienten realizar los cambios que se han pedido. Probablemente es la constatación de que el Papa ha llegado al límite máximo de su gobierno”.
En la Iglesia alemana, empeñada en su propio camino sinodal desde el que comienzan a lanzarse iniciativas de vanguardia, como el sacerdocio femenino, el celibato optativo, pasos ecuménicos extraordinarios de integración con los protestantes, se extendió una oleada de desilusión y escepticismo.
No es casualidad que el cardenal Reinhard Marx, uno de los promotores del sínodo germano, estrecho colaborador del Papa en las reformas de la Curia Vaticana, haya anunciado el miércoles que no se presentará a la reelección como presidente del episcopado alemán. “Demos paso a las jóvenes generaciones”, dijo sin convencer de que esa la verdadera razón de su anunciado retiro.
Algunos analistas creen que el cardenal Marx ha comprendido que el reformismo del actual pontificado ha entrado en una fase de estancamiento.