Problemas de pareja, muerte de un familiar cercano, dificultades serias en la comunicación entre padres e hijos, son algunas de las situaciones que nos llevan a una frase en común: «me rompió el corazón«.
Las causas se van sumando, pero todas llevan a referirnos a ese órgano muscular, situado en la mitad del pecho, que comienza a bombear sangre en la sexta semana de gestación, y late en promedio unas 100.000 veces por día, convirtiéndose en el músculo que más trabaja en el cuerpo humano con tan solo 250 gramos de peso total.
Una obstrucción del flujo sanguíneo en una arteria coronaria, puede producir un cuadro clínico llamado angina o “angor pectoris”, que es un dolor de carácter opresivo, localizado por detrás del esternón, que se irradia a un brazo (generalmente al izquierdo), o a la mandíbula, y es ocasionado por insuficiente aporte de sangre oxigenada a las células del músculo del corazón, generando lo que se conoce como “isquemia miocárdica”.
La causa más frecuente de isquemia se debe al depósito de colesterol en las paredes arteriales, formando las placas de arteriosclerosis. La angina se manifiesta ante esfuerzos físicos y situaciones de estrés emocional.
El dolor puede ser estable, cuando los síntomas se presentan durante varios meses e incluso años, o inestable, cuando el dolor es reciente y progresa ante esfuerzos cada vez menos intensos, o incluso en situaciones de reposo.
¿Un estrés emocional puede ser de tal magnitud que pueda llegar a “romper el corazón”, aun a pesar que las arterias coronarias no se encuentren obstruidas?.
-La respuesta es un categórico SI.
Numerosos estudios demuestran la estrecha relación entre el estrés mental y las mas variadas patologías del aparato cardiovascular.
Podemos decir hoy en día que el estrés es un factor de riesgo que por si solo es capaz de dañar al corazón, y también un potenciador de los otros factores de riesgo previamente mencionados, teniendo una activa participación en la elevación de la presión, acentuando la hipercolesterolemia, manteniendo o induciendo al tabaquismo, causal de obesidad de difícil corrección, desestabilizando el control de la glucemia en la diabetes, etc.
Sabemos también que el estrés psíquico puede generar emociónes como la ira, ansiedad, tristeza, frustración o incertidumbre, y estas pueden ser desencadenantes o “gatillo” de un evento cardiovascular.
No podemos negar que el estrés es parte de la vida diaria. Debemos aprender a convivir con él, negociar con nuestro cerebro, intentando modificar en forma positiva nuestras auto-conversaciones, con el fin de cambiar nuestra “expectativa” para alinearla con la “realidad“.
¿Cómo podemos definir al estrés?
Ese “enemigo invisible”, que aparece ante una situación que va desde un enojo transitorio hasta un sentimiento de amenaza mortal, haciéndonos transitar por emociónes que van desde la frustación o la angustia, a un temor irracional que nunca cede.
Una aproximación es caracterizarlo como una respuesta de nuestro organismo ante una demanda psíquica o “estresor”, que puede ser real , por ejemplo, en el caso que un tigre nos vaya a atacar, o imaginaria, en caso que estemos pensando que esa sombra que vemos a lo lejos, parecería ser un tigre presto a atacar.
Sin importar el estresor, nuestro organismo, ante una órden de nuestro cerebro, disparada por un pensamiento que genera un disbalance entre nuestras expectativas y la realidad (mi vida puede estar amenazada o no por un tigre), desencadena una respuesta que llamamos de “lucha o huida”, activando la liberación de catecolaminas, hormonas producida por la glándula suprarrenal ante un evento estresante “agudo”.
Si trasladamos esa respuesta a la vida diaria, en caso de ser muy intensa, como por ejemplo ante situaciones traumáticas o emociones desmedidas, las catecolaminas son capaces de dañar severamente al corazón.
No podemos negar que el estrés es parte de la vida diaria. Debemos aprender a convivir con él, negociar con nuestro cerebro, intentando modificar en forma positiva nuestras auto-conversaciones, con el fin de cambiar nuestra “expectativa” para alinearla con la “realidad“.