¿Cuál es el olor más asqueroso para todos los seres humanos? La respuesta puede ser bastante subjetiva. En 1998, Pamela Dalton, psicóloga cognitiva del Monell Chemical Senses Center, tenía la tarea de desarrollar una bomba odorífera para el Departamento de Defensa.
Sus experimentos revelaron que las personas de diferentes contextos y partes del mundo, que crecieron oliendo y comiendo cosas distintas, con frecuencia no se ponían de acuerdo sobre qué era un olor agradable o desagradable.
El mejor candidato que Dalton encontró para un olor universalmente desagradable fue algo llamado “peste de baño estándar del gobierno de los Estados Unidos”, una sustancia diseñada para imitar el aroma de las letrinas en campamentos militares con el fin de probar productos de limpieza.
Eligió ese líquido como la base de su bomba odorífera. La fórmula, a la cual nombró “sopa pestilente”, quizá sea el peor olor jamás creado. Mary Roach, escritora sobre temas científicos, es uno de los pocos seres humanos que soportaron olerlo. En su libro publicado en 2016 Grunt: The Curious Science of Humans at War, describió el aroma como el “Diablo en un trono de cebollas podridas”.
¿La sopa pestilente de verdad es el peor olor del mundo? Es complicado determinarlo, en parte porque investigar los malos olores puede ser difícil. Los científicos cuentan historias sobre una sustancia llamada tioacetona, que en 1889 se usó para una serie de experimentos en un laboratorio de Friburgo, Alemania.
Una reacción química produjo un olor tan espantoso que cruzó los límites del laboratorio, llegó a la ciudad, provocó la evacuación de los residentes y generó pánico, además de que muchas personas vomitaron en las calles.
Derek Lowe, un químico industrial que escribió sobre la tioacetona, dijo que era difícil saber con certeza qué sustancias produjeron el olor en el incidente de 1889. La tioacetona debe haberse convertido en otro químico que a su vez pudo haber sufrido más reacciones para crear aún más compuestos. Nadie parece ansioso por repetir los experimentos a fin de descubrir con precisión qué moléculas se producen.
“Prácticamente todos los compuestos que se puedan sacar de la tioacetona van a apestar”, aseguró Lowe. Pero no se sabe bien cuánto. “Pocos lo olieron. Es probable que sea intenso. No estoy interesado en averiguarlo”.
La historia de esta sustancia plantea una pregunta: ¿hasta dónde puede propagarse un mal olor? El hedor del laboratorio en 1889 se extendió casi un kilómetro a la redonda antes de disiparse. ¿Podría un olor tener la potencia para propagarse por todo el mundo y hacer que todo el planeta apestara?
La intensidad de los aromas se mide por su “umbral de detección de olores”, que es la cantidad de material que se necesita agregar al aire para que la gente promedio pueda olerlo.
El combustible tiene un umbral de detección de olores de aproximadamente 100 microgramos por metro cúbico. Si un galón de dicha sustancia se evaporara en el aire desde un lugar alto, produciría suficiente vapor para que el aire oliera a nafta hasta unos 180 metros de distancia en todas las direcciones.
Hay sustancias más olorosas que la nafta. El etilmercaptano, el material que se le agrega al gas natural para hacer que las fugas de gas sean más fáciles de detectar, tiene un umbral de detección de olores de solo 1 o 2 microgramos por metro cúbico.
Unos cuantos charcos de etilmercaptano del tamaño del estanque principal del Central Park de Nueva York, si se distribuyen uniformemente por toda la atmósfera, podrían hacer que todo el planeta oliera a fuga de gas. El metilmercaptano, que es todavía más oloroso, quizá solo necesite un estanque para apestar todo el globo terráqueo.
Pero no todos los olores fuertes son malos. Una de las sustancias con el umbral de detección de olor más bajo es la vainillina, el componente principal del extracto de vainilla. Las estimaciones varían, pero su umbral de detección de olores es probablemente de entre 0,1 y 0,2 microgramos por metro cúbico, mucho menor al del etil o metilmercaptano. Eso significa que uno o dos buques petroleros llenos de vainillina podrían utilizarse como un ambientador suficientemente potente para dar a la tierra un ligero aroma a vainilla.
Lowe dijo que lo peor que había olido en su carrera como químico surgió cuando combinó sin querer sulfuro de dimetilo con algo de silicio en el que se estaba generando una reacción llamada olefinación de Peterson. Ninguno de los olores huele muy bien por sí solo, pero combinados produjeron algo trascendentalmente asqueroso: “Olía a lo que te imaginas que sería el tubo de escape de un ovni. Fue espectacularmente extraño y horrible”.