El miedo es una de las emociones básicas e inevitables del ser humano y ha resultado ser muy útil en términos de supervivencia, pues nos ha ayudado a reaccionar ante una amenaza real.
Por ejemplo, nos ha ayudado a preparar los músculos para movernos del sitio rápidamente o ha podido hacer que nos quedemos completamente quietos hasta que pase la amenaza.
En cambio, esos miedos, esos terrores psicológicos que nos impiden tomar acciones y nos limitan de diversas formas son los que debemos aprender a manejar. Reflexionemos al respecto.
En esta sociedad de las prisas, la palabra «felicidad» se está convirtiendo en una obsesión tal, que resulta común encontrar personas constantemente insatisfechas o experimentando angustia ante la palabra éxito.
El miedo al verbo “perder” se hace cada vez más evidente conforme nos adentramos en modelos sociales en los que el “tener” define al “ser”. Esto lleva a desarrollar un miedo absurdo a no dar la imagen adecuada que, erróneamente, creemos que tenemos que dar.
Debemos intentar ver más allá de la supuesta pérdida inminente que nos imaginamos y actuar a pesar del miedo. En otras palabras: si reconocemos que tenemos miedo, podemos evitaremos vivir manipulados por él y tomar las acciones que nos ayuden a hacer vida y convivir con el miedo.
El inmenso valor de hacer las cosas aún sintiendo miedo
Si esperamos a no tener miedo, siempre retrasaremos las conductas o toma de decisiones que tanto nos beneficiarían.
Además, el hecho de expresar en voz alta cuestiones como: “cuando no tenga miedo, lo haré” con frecuencia hace que adoptemos otras excusas paralizantes como: “estoy cansado”, “no tengo tiempo” y “creo que estoy enfermo”. Y eso, definitivamente no nos ayuda a ser valientes y tomar acciones.
Es difícil hacer las cosas con miedo, pero es necesario aprender a hacerlo para no vivir paralizados, dejando que lo queremos se escape de nuestras manos.
Para que esto no se nos haga tan difícil, resulta muy útil comprender lo importante que es hacer lo que tenemos (y queremos) hacer incluso sintiendo miedo y los beneficios que eso supondría para nosotros. Uno de ellos, es que nuestros niveles de estrés se reducirían.
Si huimos de nuestros demonios, siempre nos perseguirán
No se trata de intentar que no hayan pensamientos temerosos en nuestra mente o de hacer como no están, sino aceptar esos “monstruos” o lo que es lo mismo, aprender a vivir con ellos.
Si aceptamos los pensamientos amenazantes, estos pierden fuerza. En cambio, si los negamos, entonces les damos importancia y nos perseguirán. Como decía Carl Jung: “lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”.
No opongamos resistencia al miedo y atravesemos las puertas de nuestros pequeños infiernos para asumir el control de nuestra vida, el dominio de la mente y la vivencia de la realidad.
El miedo a lo (des)conocido
Se comenta mucho que tenemos miedo a lo desconocido, pero cuando decimos “desconocido” nos referimos a ideas preconcebidas que nos hemos hecho de ello, es decir, a una idea conocida.
La muerte, por ejemplo, es un miedo a una idea conocida que desde niños han ido programando en nuestros cerebros.
Lo que en realidad nos hace sentir miedo e inquietud es la idea de perder lo conocido, de quedarnos sin todo aquello que poseemos (incluyendo la vida). De ahí los pensamientos anticipatorios y amenazantes que nos aumentan esta emoción de miedo.
Vivir con nuestros demonios es una cuestión de comunicación y creatividad
Expresar los miedos, dialogando con personas de confianza, e incluso haciendo algo creativo con ellos, es una de las mejores formas que tenemos para aprender a vivir sin que nos persigan y atormenten.
Por «comunicar» entendemos realizar distintas actividades, tales como: escribir, cantar, pintar, crear… Expresar las sombras hace que sintamos cada vez menos desasosiego. Al fin y al cabo, las sombras también pueden recordarnos que existe la luz del sol.
Miedo social, nuestra pertenencia mal entendida
Si nos pasamos la vida tratando encajar, puede que al final lo logremos y desaparezcamos para siempre. Este viene a ser otro de los miedos que nos han inculcado: esa necesidad de pertenencia mal entendida.
El miedo a no encajar, no pertenecer a un grupo y defraudar a otros conlleva a una gran autoexigencia, a no darnos cuenta de las propias cualidades y hacer que no tomemos responsabilidad de nosotros mismos, de nuestras mentes.
Por ello, debemos procurar dejar atrás el miedo social, aún cuando esto no siempre sea fácil.
Nuestra inseguridad
Como la incertidumbre y la duda (necesaria para aprender) nos dan miedo, lo que hacemos es buscar permanencia, algo que nos dure eternamente. Aquí empezamos a añadir más sufrimiento al sufrimiento.
Debemos entender que todo en la vida supone cambios y que no podemos «atrapar» nada eternamente.
Una vez dejamos de lado esta búsqueda de seguridad, nos quitamos tal peso de encima que empezamos a vivir el minuto, sin miedo a qué podrá haber pasado antes o qué vendrá luego. Entonces podemos vivir plenamente las experiencias, sean malas o buenas, sin generar basura en el cerebro, sin escapes ni orgullo.
Otro tema diferente es la adrenalina que produce un miedo controlado. En una investigación, Glenn Sparks concluyó que lo que realmente da placer es la sensación posterior a una película de miedo o una montaña rusa.
Al saber que es un miedo controlado, la emoción, actúa en este caso como una subida de adrenalina que seduce. Gracias a ese miedo, podemos tener luego la sensación placentera que nos va a “enganchar a ese miedo”.
El miedo a nosotros mismos
El miedo psicológico, no el que nos protege, sino el que nos impide vivir en armonía, nace del pensamiento. Convivamos con el miedo (no tratemos de pretender que no lo sentimos, pues eso sería fingir), sin que tome el mando de nuestras vidas.
Démosle vida a lo que hablamos, abracemos sin distancias, rujamos cuando haya que rugir, no vayamos como el avestruz agachando la cabeza, aceptando todas las molestias, todo lo que no está en nuestras mano, la vejez, la muerte… porque no somos inexpugnables, porque no somos solo nuestro cuerpo ni nuestra educación, ni esas fantasías que pensamos a veces, somos guerreros del hoy.